Consumers International es una institución conformada por la alianza de una amplia gama de organizaciones de consumidores.
Es la cabeza más visible del movimiento de consumidores a nivel internacional. Un movimiento que con el paso de los años ha ido evolucionando en sus demandas hacia reivindicaciones que, aunque todavía incluyen las exigencias de la calidad y el precio en los productos y servicios, ahora se adentran en aquellas relacionadas con las responsabilidades ambientales y sociales.
De este modo, se ha gestado el consumo responsable como herramienta de transformación social y su consumidor como alter ego de la empresa responsable. En la conjunción de ambos está el futuro de la RSE.
Juan Trímboli, Coordinador de la oficina de Consumers Intenational para América Latina y Caribe, nos muestra las claves que definen la posición del movimiento de consumidores.
Tanto en Latinoamérica como en Europa y Estados Unidos los consumidores no parecen muy concienciados de su papel en el desarrollo de una sociedad más justa ¿qué implicaciones tiene el consumo en los problemas sociales y la destrucción del medio ambiente?
El problema auténtico no es el consumo en sí mismo, sino sus pautas y los efectos que ellas producen.
Porque es bien sabido que la vida humana se nutre y sostiene con el consumo. De hecho, éste ha sido el impulso de gran parte del adelanto humano Los estilos y las pautas de consumo que se han impuesto en el mundo no estimulan el desarrollo de las capacidades humanas. Más bien han generado problemas que conspiran en su contra.
Los problemas de mala distribución de las oportunidades para acceder a los bienes de consumo, el acrecentamiento de las desigualdades, la agresión al medio ambiente que vemos generalizarse en el mundo de hoy, no son consecuencia necesaria del crecimiento del consumo. Ellos se producen y persisten como consecuencia de las pautas y de los estilos que se han ido imponiendo en el mundo del consumo, que cristalizan como estilos de vida.
¿Cuál es ese modelo de consumo?
Desde mediados del siglo XX, se ha venido produciendo un crecimiento desbocado del consumo, que somete al medio ambiente a tensiones nunca antes vistas. Al mismo tiempo, cada vez adquiere más presencia un consumo de exhibición, que pone de relieve la falta de oportunidades para muchos y exacerba las desigualdades sociales.
Cuando existe una gran presión social para mantener niveles elevados de consumo desti nado a exhibiciones conspicuas de riqueza y la sociedad estimula el gasto competitivo, los ingresos necesarios para afrontar el gasto que implica satisfacer las crecientes aspiraciones de consumo requieren de un permanente aumento. El consumo de exhibición y el gasto competitivo se ven exacerbados en las condiciones que establece la globalización.
Desde el punto de vista social, se están descomponiendo las barreras locales y nacionales en la fijación de normas y aspiraciones de consumo. Existen los “adolescentes mundiales”, “élites mundiales” y “clases medias mundiales” que siguen los mismos estilos de consumo, mostrando preferencia por “marcas mundiales y constituyen un enorme mercado mundial”.
¿Qué puede hacer el consumidor frente a esto? ¿Cuál es el poder del consumidor frente al mercado?
Si las personas consumidoras, todos y cada uno de nosotros, se dejaran llevar por los modelos que impone la producción en masa a escala mundial; recibieran sólo la informa ción que quisieran darle los proveedores; acataran de manera irrestricta los dictados de la moda; organizaran su vida en función de los patrones que impone el marketing, y orienta ran sus aspiraciones en el esquema de valores que preconiza la publicidad, es innegable que las pautas imperantes de consumo se enraizarían y sus consecuencias serían más severas.
También es innegable que para cambiar esas pautas, tanto la acción individual como la organizada de los consumidores son necesarias, pero no son suficientes. Es preciso que exista un sistema de normas y de instituciones públicas que protejan el bien común, que salvaguarden los derechos de las personas en tanto ciudadanos y consumidores.
Es aquí donde juega su papel primordial el consumo responsable ¿Qué podemos considerar como “consumo responsable”?
Para avanzar hacia la formación de personas que practican el consumo responsable, tenemos que generar y desarrollar capacidades que promuevan conductas ciudadanas conducentes a contribuir a la transformación de las formas en que vivimos, producimos, distribuimos, consumimos y desechamos los bienes y servicios.
Para lo cual, tenemos que trabajar integrando tres dimensiones o tipos de consumo.
En primer lugar, el consumo digno.
No es posible ejercer plenamente un consumo responsable cuando no se dispone de capacidad adquisitiva para hacer demandas solventes. Y como sabemos, de esta posibilidad está actualmente excluida la mitad, o más, de los habitantes de América Latina.
En segundo, el consumo ético. Me refiero a aquellas actitudes basadas en la moderación, en la sencillez que se requieren para evitar mayores cargas sobre la sociedad y sobre el medio ambiente.
En tercer lugar, el consumo solidario.
Se trata de la preocupación por el conjunto de las relaciones sociales y laborales que se establecen en el ciclo de vida de un producto, y no sólo por la mejor relación entre precio y calidad.
Son, justamente, los consumidores responsables los que, tanto a la hora de decidir la compra como en el desempeño de su ciudadanía, tomarán en cuenta el grado de responsabilidad social demostrados por las empresas.
Sin embargo, la práctica individual del consumo responsable es muy necesaria, pero no será suficiente si, al mismo tiempo, no pensamos en una puesta en práctica de carácter social, lo cual demanda la construcción de un amplio y consistente movimiento de consumidores y su articulación con el conjunto de movimiento social y ciudadano.
¿El consumidor elige más allá del precio y la calidad?
Es un hecho que la actitud de los consumidores está cambiando. Además del precio y la calidad, no son pocos los que están dispuestos a tomar iniciativas que incentiven la elección de aquellos bienes que son producidos y comercializados respetando los derechos de los consumidores, de trabajadores, la dignidad de las personas de ambos sexos, y que no atentan contra el medio ambiente.
¿Cree que la RSE favorecerá el diálogo entre empresa y consumidores?
El tema de la Responsabilidad Social de las Empresas no es nuevo para el movimiento de consumidores. Desde fines del siglo XIX hasta el presente, ha pasado por varias etapas que muestran la evolución de las relaciones entre consumidores y empresarios.
Desde las primeras acciones en defensa de los derechos laborales y de condena del trabajo infantil; pasando por el acucioso análisis de la calidad de los productos y de su relación con los precios; hasta los tiempos actuales, en que se empieza a extender la actitud de tomar en cuenta los comportamientos empresariales para tomar decisiones personales y sociales.
Es necesario reconocer que a lo largo de todo este proceso las relaciones entre empresarios y consumidores han tendido más al desacuerdo que a la cooperación y al entendimiento. Pero ya es hora de que intentemos modificar esa tendencia, si queremos seriamente buscar vías de solución a los problemas del mundo.
¿Qué papel debe jugar el consumidor frente a la RSE? Sabemos que el consumidor es un componente esencial de toda estrategia empresarial, y ya hay experiencias que muestran que los consumidores pueden alcanzar un alto grado de autonomía y distinguir con su elección a las empresas socialmente responsables. Pero para que esto se transforme en un fenómeno generalizado, es necesario que se cumplan, al menos, dos requisitos básicos de la autonomía.
El primer requisito es que los consumidores dispongan de una capacidad adquisitiva que les permita hacer demandas solventes. Lo que resalta el problema del amplio porcentaje de personas que queda al margen de esta condición en nuestro continente.
El segundo, es que los consumidores tienen que disponer de información confiable acerca de la calidad y la seguridad de los productos, acerca de la responsabilidad social de las empresas en su relación con sus trabajadores, con los consumidores, con sus proveedores y asociados, con la comunidad y con el medio ambiente.
Como dijimos, los consumidores no sólo tenemos derechos, también tenemos responsabilidades. La responsabilidad social empresarial debe ser correspondida por la responsabilidad social del consumidor.
Y para ejercerla, es fundamental la transparencia de la información en países que, a la vez, estén integrados socialmente.
Sólo así, la inmensa mayoría de los consumidores, y no solamente algunos, tendrá posibilidades reales de seleccionar aquellos productos y servicios que más contribuyan a fortalecer una producción y un consumo sostenibles. Sólo adoptando una postura ciudadana marcada por su preocupación por el conjunto de la sociedad y el medio ambiente, el consumidor estará agregando valor al mundo de la empresa.